16.3.09

06

En ese momento apareció el trovador y la gente estalló en aplausos. Martí de Xàtiva, un hombre alto y delgado que se movía con agilidad y elegancia, pidió silencio con las manos.
-Os voy a contar la historia de cómo y por qué seis mil catalanes conquistaron el Oriente y vencieron a los turcos, a los bizantinos, a los alanos y a cuantos pueblos guerreros trataron de enfrentarse a ellos.
Los aplausos volvieron a escucharse en el Pla d'en Llull; Arnau y Joan se sumaron a ellos.
-Os contaré, asimismo, cómo el emperador de Bizancio asesinó a nuestro almirante Roger de Flor y a numerosos catalanes a los que había invitado a una fiesta... -Alguien gritó: "¡Traidor!", logrando que el público prorrumpiese en insultos-. Os contaré, finalmente, cómo los catalanes se vengaron de la muerte de su caudillo y arrasaron el Oriente sembrando la muerte y la destrucción. Ésta es la historia de la compañía de los almogávares catalanes, que en el año 1305 embarcaron al mando del almirante Roger de Flor...
El valenciano sabía cómo captar la atención de su público. Gesticulaba, actuaba y se acompañaba de dos ayudantes que, tras él, representaban las escenas que narraba. También obligaba a actuar al público.
-Ahora volveré a hablar del César -dijo al empezar el capítulo de la muerte de Roger de Flor-, quien acompañado de trescientos hombres a caballo y mil de a pie acudió a Andrinópolis invitado por xor Miqueli, hijo del emperador, a una fiesta en su honor. -Entonces el trovador se dirigió a uno de los nobles mejor vestidos y le pidió que saliera al escenario para representar el papel de Roger de Flor. "Si comprometes al público -le había explicado su maestro-, sobre todo si son nobles, te pagarán más dineros." Frente a la gente, Roger de Flor fue adulado por los ayudantes durante los seis día que duró su estancia en Andrinópolis, y al séptimo, xor Miqueli hizo llamar a Girgan, jefe de los alanos, y a Melic, jefe de los turcópolos, con ocho mil hombres a caballo.
El valenciano se movió inquieto por el escenario. La gente empezó a gritar de nuevo, algunos se levantaron y sólo sus acompañantes les impidieron acudir a defender a Roger de Flor. El propio trovador asesinó a Roger de Flor y el noble se dejó caer al suelo. La gente empezó a clamar venganza por la traición al almirante catalán. Los ocho mil alanos y turcópolos asesinaron a los mil trescientos catalanes que habían acompañado a Roger de Flor. Los ayudantes se mataron repetidamente entre sí.
-Sólo se libraron tres -continuó el trovador levantando la voz-. Ramon de Arquer, caballero de Castelló d'Empúries, Ramon de Tous...
La historia prosiguió con la venganza de los catalanes y la destrucción de la Tracia, de Calcidia, de Macedonia y de Tesalia. Los ciudadanos de Barcelona se felicitaban cada vez que el trovador mencionaba alguno de aquellos lugares. "¡Que la venganza de los catalanes te aflija!", gritaban una y otra vez. Todos habían participado de las conquistas de los almogávares cuando éstos llegaron al ducado de Atenas. También allí vencieron tras dar muerte a más de veinte mil hombres y nombrar capitán a Roger des Laur, cantó el trovador, y le dieron por mujer a la que fue del señor de la Sola, junto al castillo de la Sola. El valenciano buscó a otro noble, lo invitó al escenario y le concedió una mujer, la primera que encontró entre el público, a la que acompañó hasta el nuevo capitán.
-Y así -dijo el trovador con el noble y la mujer cogidos de la mano-, se repartieron la ciudad de Tebas y todas las villas y los castillos del ducado, y dieron a todas las mujeres por esposas a los de la compañía de almogávares, a cada uno según cuán buen hombre fuera.
Mientras en trovador cantaba la Crónica de Muntaner, sus ayudantes elegían hombres y mujeres del público y los colocaban en dos filas enfrentadas. Muchos querían ser seleccionados: estaban en el ducado de Atenas, ellos eran los catalanes que habían vengado la muerte de Roger de Flor. El grupo de bastaixos llamó la atención de los ayudantes. El único soltero era Arnau y sus compañeros lo levantaron y lo señalaron como candidato a disfrutar de la fiesta. Los ayudantes lo eligieron para alegría de sus compañeros, que rompieron a aplaudir. Arnau salió al escenario.
Cuando el joven se colocó en la fila de los almogávares, una mujer se levantó de entre el público clavando sus inmensos ojos castaños en el joven bastaix. Los ayudantes la vieron. Nadie podía dejar de verla, bella y joven como era y exigiendo altivamente que la eligieran. Cuando los ayudantes se dirigieron a ella, un anciano malhumorado la agarró del brazo e intentó sentarla de nuevo, lo que despertó la risa entre la gente. La muchacha aguantó los tirones del viejo. Los ayudantes miraron al trovador y esté los azuzó con un gesto; no te preocupe humillar a alguien, le habían enseñado, si con ello te ganas a la mayoría, y la mayoría se reía del anciano, que, ya en pie, luchaba con la joven.
-Es mi esposa -le recriminó a uno de los ayudantes mientras forcejeaba con él.
-Los vencidos no tiene esposas -contestó el trovador desde lejos-. Todas las mujeres del ducado de Atenas son para los catalanes.
El anciano titubeó, momento que los ayudantes aprovecharon para arrebatarle a la muchacha y colocarla en la fila de las mujeres entre los vítores de la gente.
Mientras el trovador seguía con su representación, entregaba las atenienses a los almogávares y levantaba gritos de alegría con cada nuevo matrimonio, Arnau y Aledis se miraban a los ojos. "¿Cuánto tiempo a transcurrido, Arnau? -le preguntaron aquellos ojos castaños-. ¿Cuatro años?" Arnau miró a los bastaixos, que le sonreían y animaban; evitó, sin embargo, enfrentarse a Joan. "Mírame, Arnau." Aledis no había abierto la boca pero su exigencia llegó a él clamorosamente. Arnau se perdió en los ojos de ella. El valenciano tomó la mano de la muchacha y la hizo atravesar el espacio que separaba las filas. Levantó la mano de Arnau y apoyó la de Aledis sobre la del bastaix.
Un nuevo clamor se elevó. Todas las parejas estaban en fila, encabezadas por Arnau y Aledis y encaradas hacia el público. La joven sintió que todo su cuerpo temblaba y apretó suavemente la mano de Arnau mientras el bastaix observaba de reojo al anciano, que, de pie entre la gente, lo atravesaba con la mirada.
-Así ordenaron su vida los almogávares -siguió cantando el trovador señalando a las parejas-. Se establecieron en el ducado de Atenas y allí, en el lejano Oriente, siguen viviendo para grandeza de Cataluña.
El Pla d'en Llull se levantó en aplausos. Aledis llamó la atención de Arnau apretándole la mano. Ambos se miraron. "Tómame, Arnau.", le rogaron los ojos castaños. De repente, Arnau notó la mano vacía. Aledis había desaparecido; el viejo la había agarrado por el cabello y tiraba de ella, entre las chanzas del público, en dirección a Santa María.
-Unas monedas, señor -le pidió el trovador acercándosele.
El viejo escupió y siguió tirando de Aledis.

No hay comentarios: