11.3.08

07


Es el primer sábado desde hace meses que no me ha parecido ni triste, ni fastidioso, ni monótono, y todo gracias a Peter y a nadie más.
Esta mañana, cuando fui a colgar mi delantal en el desván, papá me preguntó si quería quedarme para una conversación en francés. Yo asentí gustosamente. Primero hablamos francés y yo le di a Peter alguna explicación; en seguida pasamos al inglés. Papá leyó a Dickens en voz alta. Sentada en la misma silla que papá y muy junto a Peter, me sentía en el séptimo cielo.
A las once me fui a mi cuarto. A las once y media, en el momento de volver a subir, él estaba ya aguardándome en la escalera. Charlamos hasta el cuarto para la una. Cada vez que salgo de la habitación, por ejemplo después de la comida, él me dice en voz baja:
"¡Hasta luego, Ana!"
¡Oh, qué feliz soy! ¿Se enamoraría de mi, después de todo? De cualquier modo, es un muchacho simpático y nadie conoce las maravillosas conversaciones que sostenemos.
La señora Van Daan parece aprobar mis pláticas con su hijo, pero hoy me preguntó socarronamente:
-¿Puedo confiar en ustedes dos allí arriba?
-Desde luego -protesté-. ¡Usted me ofende!
De la mañana a la noche suspiro por Peter.

Anna Frank.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que bonitoooooo!

soi una alcaxofa verde!
(l)!

No sirven de nada... dijo...

Conozco a gente...que se merece morir...